Rutas de la sabiduría comunitaria y concejil.
Caminos del buen gobierno y de la buena vecindad
PARRES (Llanes)
El valor del concejo
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Desde hace siglos, afirma Rosa M López, los vecinos se reunían para hacer concejos. Ha visto en sus investigaciones que en el cabildo de la iglesia, al que ella denomina sitio concejil por excelencia, junto al cementerio. Allí se trataba de todo, cuenta: porque estaba todo muy regulado. Hacíamos concejos para todo, ratifica Benito Romano: y allí se llegaba a los acuerdos. Cerramientos de las erías foreras, pastos altos del Cuera, fiestas… Dice Rosa que hasta cuestiones que tenían que ver con la vecindad.
Nos explica Benito que no todas las cosas salían adelante pero que si la mayoría de los asistentes decía que sí a los temas que se planteaban ya estaba aprobado para llevarse a cabo. En función de las épocas había de 1 a 3 celadores, encargados de avisar a todos los vecinos de la celebración del concejo abierto. Gloria Cerezo ya nos habla de cuando se avisaba con carteles.
La casa concejo se ubica en un edificio del pueblo que también albergaba hasta hace un año el colegio. Las antiguas viviendas de los profesores estaban en la parte superior, la escuela en la parte central y la Casa Concejo en la planta inferior, donde además aprovechan para hacer otras actividades del pueblo como encuentros y los preparativos de las celebraciones.
Nerea Galán nos explica cómo están tratando de reavivar los concejos para promover la comunicación entre la comunidad. Trabajan activamente para fortalecer la participación comunitaria mediante la asistencia a concejos, subrayando que la diversidad de opiniones enriquece las decisiones colectivas. Asimismo, abogan por la importancia de colaborar en pro del bienestar del pueblo y para preservar y mejorar a calidad de vida en la comunidad.
Benito Romano se muestra partidario también de que se hagan los concejos abiertos a menudo y que sean los propios vecinos quienes pidan su celebración.
Viango
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Según escuchas cómo la vecindad habla de Viango, o como muchos la denominan, La Llosa Viangu, sabes que éste es el lugar por excelencia para ellos. Su otro hogar.
«De los recuerdos más presentes que tengo, cuenta Marisa Quintana, es cuando nos íbamos al monte. En mayo subíamos con el burro, las gallinas y todos los enseres». «Era como un pueblo, Viango», rememora Benito Romano: De mayo a octubre-noviembre.
Subían a las cabañas todo el ganado, principalmente ovejas y cabras, entonces, también vacas. «Mecía las ovejas, hacía queso y manteca», cuenta Loli Junco. Los martes por la mañana, las mujeres bajaban a Llanes y otros pueblos de la zona, para vender sus productos en la plaza, cargándolos en «trigueras» que llevaban sobre la cabeza. En otoño, la gente se reunía en cabañas vecinas en lo que llamaban «jolgar», un tiempo de tertulia y ocio.
«Durante ese tiempo la Llosa Viango estaba cerrada, porque se segaba» explica Fernando Romano. El ganado solía pastar en las zonas comunales como El Cantu, El Cuera o El Traviesu. El primer sábado de abril había que ir a levantar piedras, cortar estacas, cerrar portillas… “Se iba de prestaciones o estrategias, que es como llamamos aquí a las sestaferias”. Durante el tiempo en que la pradera estaba cerrada, era crucial evitar que el ganado entrara por descuido. Cada persona tenía su parcela que segaba para asegurar pasto para el ganado.
El día 1 de octubre tenía lugar “La derrota”. Una fiesta, dice Fernando: Nos encantaba ver cómo entraban las vacas. Nos parecían muchísimas; aunque, las que entraban antes, las de todo el pueblo, son las que ahora llevamos uno solo.
Nos explica que cómo ahora hay tantas vacas tienen que repartirse por todo el monte. La Llosa hoy ya está en abertal, como una vega comunal más en la que pastan las vacas todo el año.
Miguel Coro nos habla de la emoción que les provoca este lugar: «saber que sus antepasados vivieron y se criaron en este lugar, la tranquilidad que se siente, estás feliz allí».
Aprovechamientos forestales
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“Tenemos bastante monte comunal”, nos comenta Benito Romano, enumerando los nombres de los cuetos [colinas o lomas, generalmente de pequeña elevación] , según las distintas lindes del territorio. Nos hablan del uso principal de El Cuera para alimentar el ganado y de otros aprovechamientos como las castañas, las bellotas y el helecho de cuya abundancia hace referencia el que algunos vecinos denominen a Parres “tierra el jelechu”.
La recolección de jelechu en el monte y diversos cuetos se realizaba a partir del 29 de septiembre, el día de San Miguel. Lo rozaban, cuenta Marisa Quintana, y lo echaban a rodar loma abajo hasta el carro donde se transportaba para vender en otras localidades cercanas hasta Llanes. Además de la venta, de “el rozu”, Gloria Cerezo señala que las propias familias lo utilizaban para mullir las camas de las vacas y para tostar los “gochos” después de su sacrificio.
Los montes de la zona cuentan con castaños y robles. Durante la temporada de recolección de castañas, se formaban «cuerres» apilando los erizos, para posteriormente recoger su fruto. Utilizaban las castañas tanto para el consumo propio como para alimentar a los cerdos.
Las bellotas de los robles también se recolectaban para alimentar al ganado.
Ofrecimiento de los corderos
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Parres tiene una gran tradición pastoril, de rebaños de ovejas y cabras antes, de vacas, en la actualidad. Sus fiestas se caracterizan por un ritual que las hace únicas y que hace alusión directamente a su carácter ganadero: el ofrecimiento de corderos, una tradición muy peculiar destinada a solicitar la protección de los rebaños.
En tiempos pasados, las familias ofrendaban los últimos corderos de la añada debido a su tamaño más pequeño, los más tiernos, nos explica Rosa López: los más fáciles de transportar. Y cuenta Marisa Quintana cómo los preparativos eran también un ritual: Recuerda a su padre lavar al cordero con esmero y prepararlo para el ofrecimiento.
Los corderos se llevaban a hombros, junto con tres ramos de pan y flores, desde el pueblo hasta el recinto cercano a la ermita de Santa Marina. Allí, además del ofrecimiento de corderos y ramos se canta la misa de gaita, también única junto a la de sus vecinos de Porrúa. Tras el ofrecimiento se realiza la subasta de los ramos de pan y los corderos.
Campo de fútbol y boleras
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Para la vecindad de Parres, una de las acciones que destaca por la movilización e implicación de los vecinos fue la construcción del campo de fútbol. Para ello, utilizaron uno de sus comunales: el cementerio de las vacas, nos explica Benito Romano. Los jóvenes, 70 mozos, entonces, trabajan por tardes al salir de sus faenas, dirigidos por un capataz, también del pueblo. Las obras se extendieron a lo largo de 13 años ya que estuvieron paradas durante la Guerra Civil y años posteriores.
Para financiar la construcción del cierre del campo se buscó la colaboración del resto de los vecinos a través de diversas actividades lúdicas y culturales, como proyecciones de películas en la Casa Concejo. En el cartel que nos muestra Nerea Galán se anuncian “grandes funciones de cine”: el sábado uno de abril a las 9.30 de la noche y el domingo 2 de abril a las 6.30 de la tarde con un programa de una película local, dos películas cómicas y una de dibujos. No solo los vecinos que vivían en Parres, sino también los emigrados a Mexico y Cuba participaron con fondos destinados al cierre de piedra. Se guarda la documentación de que el Ayuntamiento de Llanes proporcionó una contribución de 200 pesetas. Con madera y alambre liso se cerró la parte Sur.
Además del campo de fútbol, Parres contaba con cinco boleras. Aunque algunas han desaparecido con el tiempo, una aún permanece en buen estado, y se conserva la zona de gradas de otra de ellas, la que está a la entrada de la Casa Concejo.